Hablamos con Jazmín. Tiene 45 años y viene de Venezuela, país en el que ha trabajado como docente desde hace años. Coincidimos con ella durante nuestra estancia en Chiapas (México). En concreto, Jazmín se encuentra en Tuxtla Gutiérrez tratando de abrirse puertas en lo laboral con el objetivo de proyectarse hacia una nueva vida, un nuevo futuro. Su historia, como la de muchas mujeres migrantes, pasa por no poder regresar a su país de orígen por razones políticas. Nos lo cuenta ella misma:
Jazmín, gracias por compartir tu historia para que esta realidad no quede silenciada. Háblanos de tu experiencia migratoria.
El recorrido migratorio es fuerte. He pasado por hasta ocho países, contando la Selva del Darien que, sin duda, es lo más duro. Por suerte, siento que cuenta con la bendición de Dios para que no me pase nada malo.
En cada país que he estado me he visto obligada a quedarme una temporada trabajando, generando ingresos para que el viaje no se me hiciera tan incómodo. En total, ha sido una travesía que ha durado cinco meses.
¿Por qué motivo estás ahora en Tuxtla Gutiérrez?
Yo venía documentada sobre en qué país quedarme, en qué territorios pedir refugio, etc. En México he tenido, hasta el momento, buenas experiencias. La recepción en Tuxtla ha sido buena a pesar de los altibajos, especialmente en la Casa de Día.
Muchas mujeres nos dicen que estas casitas son un alivio en la travesía. ¿Cómo llegaste a saber de ellas?
Me enteré gracias a una emigrante hondureña que está asistiendo a la casita de Tuxtla. Le comenté que había ido a Migración, le hablé de mi situación personal y ella me recomendó ir a la casita. El recibimiento al llegar, los primeros días, lo recuerdo como estar en familia. El acompañamiento legal ha sido excelente.
¿Recibiste acompañamiento legal, entonces?
Sí, y no sólo eso. En las casitas te hacen un acompañamiento que te abre las puertas a la ciudad. Hacen que sientas que te puedes desempeñar aquí, que te puedes quedar. Me han hecho sentir esa seguridad teniendo en cuenta que una viene un poquito desvanecida, con depresión. No podré ser docente en una escuela, pues para ello necesitaría los estudios de México, pero me siento capaz de desempeñarme en cualquier otro empleo digno. De hecho, me siento capaz de hasta poder escoger qué empleo digno hacer. Por ahora, me encuentro trabajando como mesera con la esperanza de encontrar algo aún mejor.
¿Te imaginas colaborando con la Casa de Día?
Claro que sí. Me gustaría, en un tiempo mediano o a largo plazo, cuando estemos compenetradas, colaborar con la casa. El éxodo de la migración va durar muchísimo tiempo así que me encantaría ser portavoz, estar presente, poner mi granito de arena, ser un enlace para que más mujeres lleguen acá, trabajen, se haga el acompañamiento y luego decidan volar con sus propias alas, para que crezcan como personas. Que no se queden con la mentalidad de esclavizarse, porque es eso lo que hay allá, una esclavitud.
Imaginamos que cada persona tiene su propia historia de migración…
Sí, hay muchos contratiempos en el camino, que no los haya encontrado yo no significa que no existan. No los quiero nombrar porque son delicados, pero sí se sufre mucho, muchísimo. Cuántas infancias son deportadas después de haber avanzado de país en país… No se respetan sus derechos humanos. ¿Dónde queda la humanidad?
Conozco personas que han caminado por territorio mexicano, desde Tapachula, y cuando ya están llegando a Ciudad de México las regresan de vuelta. Se necesita un poco de empatía de Inmigración en este aspecto. Mientras la persona no esté delinquiendo se les tiene que dejar avanzar y orientarla para que sepa que en su país también se puede quedar, que en su país hay oportunidades, que no solamente las hay allá en el norte. Que cada vez que crucen a Tapachula vean que están llegando a un país amigable, que las va a recibir, no que es opresor. Esto, solamente.